divendres, 29 de febrer del 2008

NOSOTROS, LOS APOSTROFADOS




"El éxito de la demagogia es efímero si tras él se halla una sociedad culta”…, meditabundo, reflexivo, me decía para sí. Pero, ¿Cómo podría arremeter contra esta sociedad de la cual formo parte?..., ¡cualquier persona no puede acceder a la tarea de pedagogo social! La verdadera democracia no contempla la presunta honestidad, sino la honestidad probada: ¡Cuánto líder corrupto es, si cabe, más líder por tal condición!

La igualdad existe en el género, no en el carácter ni la virtud; estamos obligados a ser consecuentes consigo mismo para poder reconocer nuestras limitaciones, y a ser justos para con quienes poseen el conocimiento y la capacidad de resolución sobre cualquier materia desde su sencillez y su modestia, dádivas de sabiduría: “sólo sé que no sé nada”, decía aquel sabio.


Sí, hemos sido alumnos y hemos aprendido a educar nuestros atributos, a moldear nuestras virtudes. Estamos preparados para sacrificarnos en la lucha diaria por todo aquello que, lejos de políticas económicas destructoras, escuálidas y marginales, vale la pena: nuestro proyecto es un proyecto estrictamente humano, así, convencidos que incluso durante nuestra senectud siempre seremos niños del aprender, hoy somos conscientes de la finalidad que tiene nuestro "ser" y nuestro "estar" en esta vida.

La sociedad puede entender el estado de grave deterioro en que se encuentra nuestro planeta a nivel ecológico, social y humano, sin embargo, esta misma sociedad, se responsabiliza de ello en la medida que los medios de comunicación desean, ya que el control del poder mediático, frecuentemente, inhibe incluso las nobles intenciones naturales de cada individuo convirtiéndolas, sorprendentemente, en "intereses comunes" que no representan sino el propósito de quienes determinan, de manera particular, modelos de progreso económico y social que consecuentemente encarrilan el destino de las personas, del mundo.

Son miserables todos aquellos políticos que se sirven de esta herramienta para, a través de indignas consideraciones partidistas, manipular una sociedad en gran medida perezosa de reflexión y acomodada en su placiente y minúsculo mundo hogareño: cándidas víctimas de esta especie de dictadura democrática. ¡Ya está bien!, ¡despertemos!..., ¿hemos advertido que en nuestra sociedad moderna, rica y vanguardista, se ha pasado de vivir casi en puertas de la miseria a la "próspera" miseria de los valores humanos en pocas décadas? ¿a cambio de qué?..., ¡y seguimos sin ser medianamente felices!


Desde nuestros cómodos sofás escuchamos advertencias sobre las consecuencias del cambio climático, intuimos, más que vemos, los horrores del hambre y la sed advenidos a millones de seres humanos, niños sobretodo, al visualizar, ya sin causar impresión, esas pateras que portan voces de desesperación que se ahogan en la hipócrita miserabilidad de nuestro mundo ¿civilizado?, ¿competitivo?, ¿progresista?..., ¡sí! Esto afirman esos líderes políticos con sus trajes impolutos y sus "looks" a la moda que se creen infalibles con su verborrea, sin embargo, bajo sus rostros maquillados, yacen perezosos sus sentidos: ¡no arriban a comprender el lenguaje de las lágrimas! ¡no ven más allá de sus indecentes horizontes interesados!


El rumbo de este mundo sólo se puede cambiar desde la individualidad, desde la voluntad intrínseca de colaboración, pero también necesita de nuestra renuncia a pequeñas y grandes cosas innecesarias, nocivas, incluso destructoras. Entendemos que la sociedad necesita de la didáctica propia de políticos con perspectivas humanas, nobles políticos respetuosos con la diversidad que puedan influir, guiar, lejos de intereses personales y con sus presupuestos e ideas encaminadas al bien común, la humanidad hacia la restauración de ese equilibrio cultural, social, económico y medioambiental perdido. Pero, ¡sufrimos! sufrimos en nuestra casa, el País Valencià.



Queremos trabajar incansablemente por la reflexión de la ciudadanía ante los problemas que nos atañen, ante actuaciones de dudosa viabilidad, por un entendimiento y contribución solidarios y respetuosos que procuren una solución benefactora encaminada hacia un futuro mejor para nuestros hijos y para el planeta.

Pero, hay un veneno que lo transmuta todo, lo trasciende todo, tanto, que parece que no haya nada más importante: el ladrillo y su lucrativa (aunque veleidosa) economía. Algunos predican para que todos y todo deba girar, necesariamente, a su alrededor, sin embargo, nadie habla de sus inciertas e inminentes consecuencias sociales, económicas y medio ambientales, todo lo contrario: se desestiman moratorias que impidan "atrocidades" urbanísticas convirtiendo en "personajes hostiles" a sus apologistas.


El desenfrenado despotismo constructor destruye nuestros proyectos, inhabilita nuestras acciones, bloquea nuestros menesteres, corrompe, a través de sus siervos políticos, nuestras ideas convenciendo a una sociedad víctima de esa diplomacia y elocuencia que se pasea vilmente alrededor de la verdad.

¡Sí! esos grandes empresarios que mandan de los partidos, esos políticos sinvergüenzas que sirven a sus intereses desde despachos orgánicos, esos politicuelos mequetrefes y aduladores que se arrastran mendigándoles sus posiciones..., ¡todo lo hacen por dinero! Es mi impresión y creo que no me equivoco. Uno incluso puede llegar a creer que hay más de connivencia que de convivencia en los despachos políticos.


Y yo me pregunto: ¿Cómo podremos atender honradamente nuestros fines políticos, sociales y medioambientales si sus caminos parecen estar tomados por distinguidos bandoleros que portan trabucos con pólvora oficiosa?.


Somos conscientes: nuestro deber no es un sentimiento, sino un principio que penetra en la vida y se manifiesta a través de nuestra conducta, de actos determinados por nuestra consciencia, ¡que nadie se equivoque! pues por esta razón estamos siempre satisfechos de ellos, aunque los zoilos den a entender lo contrario intentando desacreditarnos.


Que quede claro: estimamos la integridad de nuestra consciencia por encima de todas las cosas y valoramos más el deber que la reputación, por ello, nuestra perseverancia en él es perenne.


¿Considera Vd. pertenecer, estimado lector, a una sociedad culta? Ergo...