Exhortación del Ironicón desde
una tribuna situada en la Plaza de Oriente.
¡Españoles! Mi indigno
adversario político, no sin duda porque de ello estuviere convencido, sino más
bien con objeto de que la discusión saliera mejor conformada a la verdad, ha
dicho que España siempre ha sido plural en su cultura, que España siempre ha
sido plural en su lengua, en su idiosincrasia, o sea, hablando un servidor sin
recurrir a ninguna artimaña ladina, hablando, como siempre tengo por principio,
con meridiana claridad: ¡España es una Nación de naciones! ¡Y eso es lo que nos
viene a decir!
Pero nosotros, semejante juicio
no lo podemos consentir; nosotros, probos patriotas españoles, no consentiremos
que se trocee nuestra Patria cual tarta de cumpleaños ¿Cómo osa hablar de esa
manera? ¿Con qué crédito y credibilidad histórica se avala tal chifladura?
Cierta es aquella frase que reza: “Zapatero a tus zapatos”… “Y tú, Pedro, a sus
remaches”, añado yo.
Y para acallar conciencias y
demostrar cuán equivocado está, cumpliendo con nuestra obligación de defender
España, me atreveré, no sin acatamiento y sumisión hacia los aconteceres de
nuestra epopeya, a esbozar, a modo de proemio, nuestra gloriosa historia:
¿Qué era España? A saber, los
españoles primitivos ya vivían en la Edad de Piedra y en la de los Metales, por
ello, cuando llegaron los Íberos, primeros pobladores de España, ya disponían
de espadas para defender, como el intrépido Viriato, aquel español lusitano,
nuestras fronteras frente las hordas romanas.
Mas, quiso Dios, para mayor Gloria
Nacional, que Numancia se inmortalizara en pos de la Hispania Romana, y durante
600 años se forjó nuestra lengua española, la de todos los españoles, floreció
la agricultura española, la industria española, el comercio español, las artes
españolas, las ciencias españolas y, lo más trascendental de todo, nuestra
Santa, Apostólica, Romana, Cruzada e Inquisidora Iglesia Católica, que sirvió
para dotar de identidad española a aquellos visigodos cuyo arrojo y valor recae
sobre la figura de nuestro inveterado Caudillo Ataulfo, primer Rey de España
que reinó durante dos solemnes meses y que murió, villanamente asesinado por un
traidor, en Barcelona (¡Vaya! ¡Allí tenía que ser!) Al menos, su impoluta
imagen queda inmortalizada en ésta nuestra muy querida Plaza de Oriente.
Pero, en los albores del S.VIII,
quiso la Providencia abandonar nuestro último Rey español visigodo D. Rodrigo
en aquella triste batalla de Guadalete, donde se abrió camino la invasión
musulmana. Muchas fueron las ciudades donde los españoles, resistiendo como
mártires de Dios y de España hasta el último instante, prefirieron arrojarse a
la hoguera antes que morir a manos de los infieles (y quien niegue estos hechos
no es un buen español). Queden, pues, aquellos españoles, en recordatorio
perenne para todos nosotros de su valor y su ejemplo, y sirvan de acicate
constante en este nuestro impasible propósito patriótico español.
Nunca bajo el dominio de
aquellos infieles musulmanes nuestras regiones perdieron su orgullo español,
aunque las ocuparan durante 800 años, por ello, Abderramán III, que gobernó
durante 60 años casi la totalidad de nuestro
territorio, nunca ha sido rey de España (y quien niegue lo contrario no es un
buen español). Pero los destinos de nuestra Patria aguardaban impávidos su
esplendor, así, a pesar que nuestra Nación se viera reducida a pequeñas
regiones de la cordillera cantábrica y Cataluña, desde las montañas de
Covadonga, un grupo de Cristianos herederos del antiguo reino visigodo
capitaneados por D. Pelayo, emprendieron la Reconquista de nuestra Nación con
gran ademán, defendiendo nuestra amada Patria ya sin tregua hasta la llegada de
los Reyes Católicos, pues nuestro Rey Fernando, arrancando uno a uno los granos
de aquella Granada, consiguió sacarle a Boabdil las lágrimas de nuestra Gloria.
¡Cuántos cristianos han
impetrado al Apóstol Santiago! Ese Santo y Divino varón español que a través de
las nubes, montado en su blanco caballo de raza española, viene a ajusticiar al
moro infiel espada en mano. Grande es la deuda que tiene España con su Apóstol
Primado y, aunque Los Hechos de los Apóstoles nos refieran que fue un pescador
galileo que no tenía ni idea de montar a caballo ni de coger una espada, que
fue decapitado por Herodes pocos años después de Nuestro Señor Jesucristo, es
menester tener fe, como yo la tengo por Él y por España, para aceptar
humildemente el milagro por el cual, en aquel tiempo, viajase desde Jerusalén
al otro lado del Atlántico, evangelizara nuestra Patria, recibiese, a orillas
del Ebro, la visita de la Virgen, volviera a Jerusalén, fuese decapitado allí y
¡He aquí el misterio de la fe! ¡Estuviese enterrado en Galicia! Bienaventurados
sean aquellos pastores gallegos que, en el S.IX, 800 años después de su decapitación,
vieran brillar aquellas luces milagrosas precursoras de nuestra devoción hacia
el Patrón de España. Bienaventurado sea pues ese itinerario que lleva a su
Sepulcro, símbolo Nacional, protector de la identidad española, mito guerrero
de Las Cruzadas. Todo buen español debería, aunque solo fuese una vez en su
vida, recorrer ese Santo Camino. ¡Santiago y cierra España! (el mito no
necesita pruebas, y quien niegue lo contrario no es un buen español)
Fueron Isabel y Fernando los
más gloriosos Reyes de nuestra historia, forjadores del Reino de España, de su
Unidad religiosa y de su Unidad Nacional, la cual subsiste desde entonces y
deberá subsistir siempre. Así, quiso Dios, en pos del bien común de todos los
españoles, convenir aquel mayestático y regio matrimonio. Castilla, la Corona
de Aragón, Granada, Navarra... fueron uniendo más y más reinos, y aún tuvieren
aquellos diferente legislación, diferente moneda, diferente cultura, diferente
lengua, diferentes costumbres, diferentes ejércitos, diferentes soberanos,
controles de aduanas en los reinos... ¡Yo digo! Que todo ese acontecer responde
al eclecticismo de una España que vino después a condensarse en aras de la
perfección de nuestra Patria, de lo español: “Nos, ho fem la primera cosa per
Déu, la segona, per salvar a España”, son palabras (para martirio de
nacionalistas catalanes y algún que otro valenciano de esos que no ofrecen
nuevas glorias), de Jaime I el Conquistador dirigidas a su yerno Alfonso el
Sabio respecto de la conquista de Murcia, palabras que ya eran entendidas por
los españoles de aquella Edad Media en su tránsito desde el substrato latino
hasta la perfección de nuestra ínclita lengua castellana y española, prueba
evidente de mi exposición (y quien diga lo contrario no es un buen español).
Carlos I, firme y valeroso Rey
de España y Emperador de Alemania; Felipe II, de carácter serio y voluntad
férrea, el Rey más poderoso del mundo, pues en su Imperio nunca se ponía el
sol; Felipe V, que tuvo que sostener aquella larga y cruenta Guerra de Sucesión
para poder afianzar la corona borbónica frente a la causa austracista de
aquellos ignominiosamente llamados Países de Valencia y Cataluña que intentaban
la ruina de España pero que nunca existieron (y quien diga lo contrario no es
un buen español).
A principios del S.XIX, España
entera se rebela contra aquella cáfila miserable de tropas francesas, ¡He aquí
una muestra de conciencia nacional! Y vino la primera Constitución española, la
de Cádiz, donde se manifiesta la Idea de Nación española frente al invasor
extranjero. Más tarde, las tres guerras carlinas, dividieron otra vez a los
esp... En fin, ¿Para qué seguir, ante la evidencia histórica y social de
nuestra España y nuestra españolidad? ¡Castilla hizo España! Ese es mi lema.
Por ello, hago frente a las
hordas comunistas, independentistas i bolivarianas causantes de la actual
política de desunión, disociación y disolución que sufre nuestra amada Nación
clamando: ¡España es así!... ¡huy, perdón!... ¡España se rompe! Y así penetrar
en las conciencias españolas al compás del nuevo himno de furia española: ¡A
por ellos, oé! ¡A por esos rojos, oé, oé, oé!
¡Camaradas! En defensa de
nuestra Patria, ¡Luchemos con tesón y denuedo todos juntos por las urnas hacia
una España unida y en orden como en la Edad Imperial! (y quien no lo considere
de esta manera no es un buen español).
Mientras tanto, os aconsejo
compréis un póster con mi imagen para colgarlo en el salón de vuestras casas,
así, cada vez que lo miréis, os acordaréis de mi Máster y seré consuelo de
vuestros propósitos, de vuestra incólume idea de España (pues “casado” estoy
con ella), y hará que intercedáis por mí cada día en pro de nuestra pronta
victoria.
Así pues, terminemos, con gesto
alegre y firme el ademán, cantando todos en pié: ¡A por ellos, oé, oé, oé! He
dicho.