¡Qué tristeza hay en mi corazón! Desengañado y mohíno late ante la frívola verborrea de estos ilustres zorros duchos en picardías políticas... ¡Cuánta corrupción debiera abrir puertas de prisión! ¡Las cárceles se convertirían en escuelas para candidatos! ¡Habría muchos!
¡Oh,
ideología! ¿Qué ha sido de ti? ¿De aquellos alegatos vinculados al orden moral,
social y humano que incidían directamente sobre los quehaceres políticos en
nombre del progreso, del bien común y el interés general? ¿Qué ha sido de
ellos?
¡Oh,
filosofía, génesis conceptual de toda ideología! ¡Qué descrédito!
¡Oh,
democracia! ¿Cómo consientes matricular el latrocinio en tu Liceo? ¡Hay que
expulsar su director! Sin buena educación no hay sabiduría y sin sabiduría no
es posible el juzgar rectamente las cosas, confundiendo lo despreciable con lo
loable y lo digno de vituperio con lo merecedor de alabanza. Tal confusión es
propia de individuos que no se respetan ni a sí mismos porque no se avergüenzan
ni de sus propios actos deleznables e indignos. Sólo cuando la naturaleza es
dúctil, debe ésta adquirir disciplina y sapiencia para poder forjarse en la
integridad que reclama la democracia. Solo de esta manera llegará la democracia
al fondo de nuestro espíritu. ¡Oh, fracaso escolar! ¡Qué futuro nos espera!
La
avidez de dinero, de poder, transmuta a las personas en ogros usureros,
pervirtiendo a cándidos y perspicaces, a tontos y a listos: aquellos haciendo
honor a su condición, y éstos, degradándola. Qué duro es convivir con
semejantes disolutos y sentirte impotente ante esta oligarquía política “agasajada”
con traje de acusación “ad iuditium” condenando públicamente a los justos,
crucificando a los honestos, martirizando a los íntegros, todo ello cohonestado
convenientemente por algunos fiscales y jueces asiduos al pódium del medallero
institucional. ¡Ya todo está podrido!
Allá
van los politicastros por las calles de la igualdad y del derecho clamado
orondos: ¡Viva la democracia! arrastrados por la mano estrechada del empresario
capitalista.
¡Sí! Esos
licenciados en hipocresía y falsedad, esos expertos en gestiones que arruinan y devastan nuestro patrimonio natural y
cultural convirtiendo este mundo en víctima de sus presupuestos, sinvergüenzas
que transforman en virtual benevolencia la sinrazón que nace de las
proposiciones de sus henchidos bolsillos.
¡Y los
medios de comunicación les avalan! Poderoso caballero…
Quizás,
sobre asnales oídos recaiga gran parte de este procurado libertinaje, por haber
cometido el pecado de creer la palabra sin reparar sus consecuencias. Alerta,
así pues, con los arquitectos de la palabra, porque, hábiles y astutos, tienen
capacidad para convertir problemas reales en soluciones utópicas utilizando el
don de la oratoria, sin que advirtamos encubiertos mensajes encriptados y
repletos de intereses personales.
¡La
palabra del político ya no tiene ningún valor!
Hoy las
cárceles deberían deleitarse oyendo
mítines atiplados con la retórica de la desvergüenza y la ordinariez, allí, los
genios del dicterio, platicarían sus tesis de democracia… pero no es así.
¡La ley
se equivoca porque no hay justicia! ¡La ley no es la justicia! ¡La justicia no
se puede legislar!
Vivimos un mundo estructuralmente injusto.
¡Oh, Aristófanes! “Las Nubes” también pasaron sobre
Sócrates, y se llevaron la justicia… lejos.
¡Oh,
corrupción, que en el infierno quemen sus directivos y su afición!